Stanislawow se llamaba.
¡No! ¡No el loco! ¡el pueblo!
Al loco lo conocían como Léibchick der Meshíguener, o sea Leoncito el Loco.
Léibcchik no parecía judío, sino polaco: alto, con una cabellera rubia llena de bucles y ojos celestes, pero todo el mundo sabía que era judío.
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