Cerca de Ilford vio un todoterreno estrellado contra un poste de la luz. Se detuvo en el arcén y, olvidando sus propias circunstancias, corrió a echar una mano. El conductor estaba aplastado contra el volante, con el torso hundido y un ojo abierto que miraba ya desde la muerte. Junto a él descansaba un teléfono móvil que, asombrosamente intacto tras el choque, empezó a sonar.
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