Siempre fue un cretino -había dicho mi primo Alberto. Y también tacaño y miserable -sentenciaba mi furibunda esposa Leonor. Un fracasado con manías de grandeza y pretencioso, ridículo, y además pésimo en la cama e impotente -añadía por lo bajo. Y tan alcohólico el pobre hombre, se emborrachaba antes de destapar la botella y caía por los suelos descompuesto -decía con sorna mi tía abuela Ester. ¡Qué desgracia de hombre, ni siquiera sabía ocultar nuestros encuentros clandestinos! –exclamaba con desprecio mi cuñada Iris.
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