Como un primate, preso en su jaula, lo veía todas las mañanas en su escritorio. Con la mirada perdida, gesticulando, masticando las palabras. Encorvado y ensimismado sobre sus escritos no prestaba atención a nadie. Después se levantaba, caminaba hacia la puerta, la abría mecánicamente y se marchaba a un rumbo desconocido. A algún lugar donde su mente astuta pudiese expresar sus demonios sin restricciones.
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