“Su abuelo era el mayor de ocho chicos y el único que vivió más de veinticinco. Se ahogaron, les dispararon, les cocearon caballos. Perecieron en incendios. Solo parecía darles miedo morir en la cama. Mataron a los dos últimos en Puerto Rico en mil ochocientes noventa y ocho y aquel año se casó y llevó a su novia al rancho y debió de salir a contemplar sus posesiones y reflexionar largo rato sobre los designios de Dios y las leyes de la primogenitura.
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