El caso de las tarjetas opacas viene a demostrar una vez más que, salvando las distancias socio-tecnológicas, seguimos viviendo en los tiempos de El Lazarillo. Nada nuevo bajo el sol: esta es la España corrupta de siempre, la que intenta atragantarse de uvas –o de millones de euros, ya puestos– creyendo que el resto del país está ciego.
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