El reino del seriéfilo, como ocurre con Jesucristo, no es de este mundo; el suyo está en los frondosos valles de la Inglaterra de Enrique VIII (Los Tudor), en la costa del sur de Louisiana (True Detective) o entre las gélidas ciudades de Copenhague y Malmoe (Bron). No tiene ninguna profesión y las tiene todas: cocinero de metanfetamina (Breaking Bad), traficante de drogas (The Wire), mafioso (Los Soprano) o talentoso publicitario de Manhattan (Mad Men). ¿Y qué decir del matrimonio? Todos son polígamos.
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