La vida fue idílica desde el primer momento. Cada tercer domingo de mes se reunían para comer con vecinos. En la última barbacoa todas las conversaciones giraron alrededor de la casa de enfrente. Llevaba cinco años en venta. Era la única vivienda deshabitada del barrio que tenía la piscina con el agua transparente, los cristales limpios, el césped bien cortado y la fachada recién pintada. La única casa en venta en la que se veía entrar posibles compradores.
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