Como ocurre muchas veces en que ella había estado ausente, su padre le despertaba emociones conflictivas. Había veces en que lo encontraba físicamente repulsivo y apenas soportaba verle: su calvicie reluciente, sus diminutas manos blancas, sus proyectos incesantes para mejorar los negocios y ganar aún más dinero. Y su voz aguda de tenor, a la vez aduladora y autoritaria, con sus énfasis excéntricamente repartidos. Ella detestaba oír sus crónicas entusiastas sobre el barco, ridículamente bautizado “Sugar Plum” que tenía atracado en el puerto de Poole
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