A partir del año 1869, a orillas del Támesis, Madame Norman Neruda retoma con bríos su carrera como concertista en violín, a veces como solista y orquesta y en otras ocasiones junto a Joachim y a Vieuxtemps, los dos mejores violinistas de entonces. Su exuberante estilo lleva a príncipes y nobles a halagarla una y otra vez. Como anécdota se cuenta que el príncipe Alfredo le habría regalado un Stradivarius. Otra versión del punto asegura que el violín fue un presente del Duque de Edimburgo y no del Príncipe Alfred
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