Habló con entusiasmo del realismo mágico de García Márquez, del mundo absurdo de Beckett, del monólogo interior de Ulises, del existencialismo ateo de Heidegger. Yo le conté que me gustaban las tostadas con mermelada de fresa, los cómics eróticos y las carreras de caballos. Después de mirar a todos lados y comprobar que nadie nos espiaba, le chivé la receta de la tarta de manzana; e hice un truco de magia con un pañuelo. Sonrió y aplaudió.
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